
Para muchos no serán más que monótonas planicies de arena, cañones secos donde los ríos marcaron el cause o colinas altas donde con suerte crece algo de hierba; además de los cactus. El caso es que lejos de ser una simple locación árida y de temperaturas extremas, el desierto en las películas del oeste tienen tanta revelancia como lo es por ejemplo, la ciudad de Nueva York para Martin Scorsese o Woody Allen. El caso de John Ford, su locación predilecta en la mayoría de sus películas fue la reserva indígena de Monument Valley. Ahí Ford rodó películas clasicas como My Darling Clementine (1946) y The Searchers (1956), donde tanto Henry Fonda como John Wayne cabalgaron a sus anchas en películas de blanco y negro o color.
Monument Valley se encuentra fronterizo en los estados de Utah y Arizona, aunque otros desiertos alejados de California, Nevada, Nuevo México y Texas también fueron lugar de filmación de películas del oeste. Si habían historias ambientadas en lugares menos áridos y más boscosos, se recurrían a los paisajes montañosos de otros estados como Montana, Idaho o Wyoming. Aunque por los costos de producción, incluso se iba rodar a Canada como así lo hizo Clint Eastwood para realizar su obra cumbre Unforgiven (Sin Perdón, 1992).

El desierto en el western es la antitésis rural a las películas urbanas de medio siglo atrás. Un lugar para escaparse del tenso ajetreo citadino, para entrar en otro lugar en donde el tiempo no pasa igual. El relój es más lento. Los segundos van dilatados al calor, salvo por el frenesí de los tiroteos o diligencias perseguidas. Bandidos de mala muerte, pistoleros solitarios o indios desterrados de sus tierras recurren al sol, la luna y a las estrellas como únicos medios para medir su existencia en esos alejados lugares.
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