9 de junio de 2013

Limón, 2007.

Isla Uvita.
A una semana del asesinato de Jairo Mora abogo al escapismo en la galería fotográfica de un viaje que emprendí al Caribe hace seis años. Fotos de un Limón idílico e interesante, el cual me es difícil asociar como a una más provincia más de Costa Rica.

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A la provincia de Limón solo he viajado una vez en lo que tengo existiendo. De la zona Atlántica del país que emergen un incontable dial de noticias relacionadas con la criminalidad y el narcotráfico. Algo que los medios tradicionales ponen por encima de su vasto y húmedo tesoro verde. Ese fin de semana que pasé allá conocí la sombría autopista Braulio Carrillo, línea asfáltica que conecta el Valle Central y el Caribe en pocas horas entre la espesa selva del homónimo Parque Nacional. El paisaje cambia a campos más llanos, donde es son comunes el ganado, las inmensas plantaciones de piña y banano para exportación. Además de los vestigios de la abandonada línea ferroviaria, que durante casi un siglo fue la única vía de comunicación al puerto de Limón.

Una mayoría afroamericana, descendientes chinos, pañas (como se refieren a los blancos), entre otras etnias  conforman la multicultural ciudad portuaria de Limón. Lugar que gira alrededor de la actividad de sus muelles; que como el resto de la provincia posee un gran trasfondo histórico el cual es plasmado con folklore, nostalgia y denuncia social por parte de escritores como Anacristina Rossi, Carlos Luis Fallas, Quince Duncan o Joaquín Gutiérrez. Limón no es como cualquier lugar de Costa Rica, más anglo hablante que ninguna otra región del país. Tiene sus propias reglas y con ellas se pueden ganar fácilmente amigos o enemigos en un parpadeo.

El itinerario obliga a elegir la encrucijada entre el despoblado noreste, en el cual están los fascinantes manglares de Tortuguero en dirección a Nicaragua. O un sureste más heterogéneo de paisaje y población, que va en ruta hacia Panamá. Se escoge esta última opción y nadie de la excursión se arrepiente. Se siguen muchos kilómetros en línea recta hasta cruzar el Valle de la Estrella, con extensas hectáreas bananeras de las de que se describen descarnadamente en Mamita Yunai. Cerca de ahí se llega hacia la playa y el Parque Nacional Cahuita. La parada no es ahí, aunque igual se añora.

La vía asfaltada desaparece momentáneamente para adentrarse en el lastre. No hay drama salvo por un neumático ponchado que cobra factura por el camino, obligando una escala en Puerto Viejo que es una de las playas más reverenciadas del Caribe nacional. Más rural que la urbe portuaria, no deja de ser menos exótica. Lugar para cabañas vistosas de extranjeros y nacionales exiliados de la rutina. Se muestra apacible de día y sin misericordia de noche, al aparo ocasional del olor a marihuana.

El punto de ruta a llegar es a Gandoca. Reserva de vida silvestre cuya playa suelen desovar las tortugas. Es difícil llegar y fácil perderse, entre los caminos enlodados que colindan con algunas fincas bananeras. El campamento se levanta en un patio alquilado de una casa en el que se dormirá tranquilamente durante una noche. La mañana siguiente me levanto temprano junto con mi primo para intentar ver por primera vez el sol emerger desde el mar. No se notó mucho por lo nublado. Caminata de rigor a un par de kilómetros de arena; topándonos con pescadores locales, biólogos y voluntarios ecologistas. Hasta llegar a un bonito espejo de agua entre el manglar. Pronto es hora de irse, pero no a casa.

La frontera panameña no quedaba lejos de la reserva de Gandoca-Manzanillo, así que no perdimos la oportunidad de ir a conocerla. El río Sixaola es el primer punto limítrofe que separa Costa Rica y Panamá. Para cruzar la frontera hay que pasar por un centenario y destartalado puente, que data de la época del apogeo del poderoso enclave bananero de la United Fruit Company; empresa norteamericana que derrocó a más de un presidente costarricense. Nunca había estado en un lugar tan multicultural. En el lado panameño había un depósito libre conformado de comercios de propiedad china y gente de ascendencia árabe. Sumado a los habituales afro caribeños, pañas y bribris.

Era el momento de emprender el regreso, haciendo escala eso sí en la ciudad de Limón para almorzar. No nos quedamos lo suficiente como para conocer lugares legendarios como el edificio de la Black Star Line, pero si desde un malecón tuvimos chance de contemplar la isla Uvita. Lugar en el que erróneamente se cree que Cristóbal Colón desembarcó en su cuarta travesía al continente. Regresamos no por dónde venimos, sino por la ruta de Turrialba. Es más larga y antigua que la autopista Braulio Carrillo, pero cuando no hay prisa por llegar es ideal para ver cómo cambia el paisaje con cada kilómetro recorrido. De palmeras y bosque tropical, pasando por potreros ganaderos a cruzar cañaverales y cafetales. Luego la bruma característica de la provincia de Cartago se hace presente y en una hora se llega a casa.