12 de marzo de 2013

Historia universitaria x.


Estatuas del pretil de la UCR frente al edificio de Estudios Generales.

“A los universitarios nos da pena ir al hipódromo, pues hasta los caballos terminan su carrera"

 Woody Allen.

Ayer lunes 11 de marzo fue el inicio de una semana más de trabajo para un gran porcentaje de la humanidad, rural o urbana. Fue también el primer día de lectivo para varios miles de estudiantes empadronados en las diversas sedes de la Universidad de Costa Rica (UCR), siendo el recinto Rodrigo Facio la sede que alberga más de la mitad del estudiantado. Un lunes de marzo hace cuatro años este servidor fue uno de muchos primerizos universitarios que llegaban a las aulas a las 7:00 am de la mañana. De haber cumplido a cabalidad el programa de estudios hoy iría por el cuarto año de carrera. Así sería de no haber desertado hace ya dos años y medio.

A diferencia de la mayoría de gente que entra a la U, yo lo hice varios años después de haber salido del cole. Había hecho la prueba de admisión en la cual obtuve una nota relativamente baja que me permitió aún así quedar elegible, comencé a hacer los trámites no muy convencido exactamente de lo que quería cursar en la U. Al final lo dejé por cuestión socio-económica, combinada por una alta (des)motivación por parte del círculo familiar. Poco después de graduarme del colegio anduve primero como electricista durante pocos meses, oficio que aprendí en el cole del cual no tuve vocación. Terminé como informático y administrativo cerca de donde vivo, en la empresa maquiladora que fundó don Pepe Figueres en su finca de “La Lucha Sin Fin” en San Cristóbal Sur de Desamparados. La compañía donde trabajaba se ubica cerca de un río, en una hondonada rodeada de cipreses que en la mayor parte del año tiene un clima nublado y llovioso; aunque podía dar a menudo evocadores amaneceres y atardeceres bastante azules.

Era el entorno perfecto que muchos oficinistas fantasean en la ciudad. Viaje al trabajo sin presas, con un aire limpio y con el sonido de los pájaros junto con el del río a pocos metros de la oficina. Siendo una empresa afincada en un lugar rural no hay mucha distancia social entre el personal de las fábricas con el de las oficinas. Unos con otros habían distancias, pero jamás faltaba la cordialidad y complicidad. En una cuestión casi de familia, así era la mentalidad que había implantado don Pepe en estas montañas mucho antes de 1948. Sin embargo yo en poco tiempo llegué al tope dentro del rol que asumía en el departamento. A los dos años me sentía estancado, como obligado a calcar los días. Si habían desafíos u objetivos por cumplir, éstos quedaban continuamente retrasados por el rol de apagafuegos que constantemente los informáticos asumimos de forma imprevista.

La sensación de aislamiento con la gente de mi generación era creciente, en un trabajo con horario inflexible que en ocasiones abarcaba la semana entera. No daba mucha libertad para ira viajes o veladas que se organizaban. Veía entonces a algunos amigos y  conocidos que, aún absortos en sus carreras universitarias tenían un respiro de un mes a mitad de año; más los casi tres meses de época seca en la que podían trabajar en otra cosa temporalmente o descansar completamente de la U (salvo los que llevan cursos de verano). Por ahí entonces el gen de realizador visual se iba fortaleciendo gracias a la cámara portátil que compré con mi primer aguinaldo, la cual no dejaba de utilizar ni para tomar fotos o grabar video. Decidí entonces en hacer el proceso de admisión para poder cursar en la Escuela de las Ciencias de Comunicación Colectiva (ECCC), así mediante ese portillo académico intentaría a largo plazo poder encontrar algún trabajo en el campo.

Carnet A93…

Dejé mi trabajo de informático luego tres años de ejercerlo, saliendo en buenos términos y sin ningún conflicto o drama de por medio. Posiblemente por comunicarlo con bastante anticipación. Había aprobado el examen de admisión con una nota de casi 200 puntos más que la primera vez que lo hice, pero insuficiente para ingresar directo a la ECCC que año tras año aumenta el corte. Con las materias de Estudios Generales cursadas con anterioridad en la UNED quedé empadronado en Ciencias Sociales, pero en Historia. Carrera que hubiera cursado con gusto apenas hubiera terminado el cole, pero que no me hacía gracia llevar salvo en algunos cursos convalidables con ECCC.

Llegue a mi primer día de clases luego de viajar un par de horas en el bus, para llegar a un aula en la Facultad de Ciencias Económicas donde tenía el curso de Introducción a la Economía. A pesar que al final del semestre lo reprobé, me pareció un curso bastante interesante;  a pesar de las cuestiones que no comparto del todo. Tiene detalles que al menos en mi se aplicarían un poco a futuro en lo que me dedicaría después. Historia en tanto me agobiaría por la cantidad bestial de lecturas en fotocopias asignadas cada semana. En el papel finalmente yo era universitario, pero en el fondo no estaba tan convencido y no me daría cuenta hasta después.

Video realizado para el taller literario que llevé en el II Semestre del 2009.


Mi fracaso como universitario radica en no solo en lo fastidioso de los trámites burocráticos, el escaso interés en las clases (no todas), el costo económico y mental que salía viajar cuatro horas en bus; tres o cuatro días a la semana. Pero la cuestión que pesó más en mi deserción fue entrar a la U con la película contada. No dudo que las universidades son centros de diversidad de pensamiento, que permiten ampliar la visión de mundo de su alumnado. No obstante con todo el respeto que merecen los universitarios, uno comienza a entender al mundo cuando se tira en él a atrapar su primer trabajo para poder subsistir.

Durante el 2007 fui muy activo en la lucha contra el TLC entre Costa Rica y EE.UU. Mi patrón entonces era uno de los cabecillas del movimiento. Aquel domingo 7 de octubre del 2007 muchos pusimos bastante carne en el asador, la cual se terminó por quemar. La mayoría pudo superar el resultado, pero yo no asimilaría rápidamente. Así que en el 2009 lejos de entrar a la UCR como el ingenuo o idealista universitario que quiere salvar al mundo, ingresé a la universidad con mucho sentimiento de desencanto. Pesimista y fastidiado ante tanto discurso y textos que no me servirían para nada, junto con mentalidades y formas de ser que continuamente se contradecían. Como estudiante de Ciencias Sociales resulté bastante reaccionario, como ahí dicen.

Desertor.

La idea era llevar Historia con la esperanza de aumentar el corte a la carrera deseada, pero no lo logré por falta de disciplina académica. Nunca entendí cómo funcionaba el citado en APA y no tuve remordimiento en desertar cursos, aunque si un poco si en ellos habían tareas grupales de semestre. Posiblemente fue lo mejor no entrar a la ECCC; con una personalidad un tanto ermitaña no compenetraría con algo que constantemente necesita de relaciones humanas. Intenté luego en el INA un par de veces sin éxito. No vendería un riñón para pagar la carrera de Cine y TV en la Veritas, si al final seguiría dudando de lo que seguiría después. Ahora voy más a la imagen fija, que a cuenta gotas me ha dejado me ha dejado algún billete en la zona donde vivo. Luego me enrolaría con la micro-financiera de mi comunidad, la cual he ayudado a dar crecimiento y proyección con mucho por hacer todavía.

Año y medio duró mi aventura universitaria, la cual llevaría como doce cursos. Aprobando un tercio de ellos, reprobando otro y desertando el restante. Por el edificio de sociales anduve bastante, también en económicas que fue un lugar atípico para llevar un taller literario y en el laberinto que es el edificio de la Facultad de Letras me perdí más de una vez. A pesar de todo valoro sinceramente los tres semestres que estuve en la UCR. En ciertas cosas fue muy enriquecedor aunque no tenga ningún cartón que lo haga constatar. La experiencia en la universidad me puso en perspectiva mucho de lo que quiero (y de cómo lo quiero) en la existencia.

Hoy si bien me dedico mucho a actividades muy opuestas a las que tenía planeadas cuando ingresé a la UCR, a la fecha no he descartado nada. Tengo fe de complementar ambas cosas. Voy sacándole jugo a la tecnología, la información y el aprendizaje que ahora está más accesible. Ahora tengo mucha libertad en lo que estoy haciendo, como de sacar una mañana entera en pendientes de oficina, como al día siguiente puedo trabajar un poco la media hectárea de café que voy a heredar para hacerla más productiva. Posiblemente eso es lo que aspiraba realmente cuando dejé mi trabajo como informático; flexibilidad de horario y trabajo, aunque suele ser más agotador si es uno el encargado de llevar la iniciativa.

En las esporádicas veces que voy a San José siempre que puedo vuelvo a darme una vuelta a la sede Rodrigo Facio en San Pedro de Montes de Oca, con la esperanza de toparme y saludar a la gente del pueblo que estudia ahí; como a las pocas personas que socialicé cuando iba a clases. Con todo lo anterior no es la intención motivar a una deserción masiva de las universidades públicas como la UCR. Mi caso lo considero muy particular. Pienso que los estudios formales son un camino importante en el proyecto de vida de muchos, aunque se debe entender que no garantiza el futuro. A esto va a quienes apuestan por las universidades privadas, en especial las que prácticamente consisten en garajes encabezados por rectores charlatanes que les interesa lucrar sin educar. Aprendan solos o encomienden su educación a los que si tiene vocación de impartirla.

3 de marzo de 2013

Amargas repelas

Siembra de café con el cerro Los Cuarteles al fondo.
Repela: Última etapa de la recolección del grano del café, la cual abarca en ciertas regiones de Costa Rica en los meses de febrero a marzo.

Mucho rato tenía el blog echando polvo. No por apatía ante el escaso "rating" que muchos se esmeran por subir, sino por el trabajo estacionario de la época. Los meses de diciembre a febrero no solo abarca el invierno en el hemisferio norte y el verano en el sur, en el trópico es la época seca en la cual conforman días soleados y ventosos en donde se cosecha mucho del café que se consume en el mundo. Para los que recogemos el grano es la época que se trabaja el triple, pues no se debe descuidar las otras obligaciones que dan de comer fuera del ámbito agrícola. Así que el poco tiempo libre existente más vale ser aprovechado en lo que disfrutar se refiere.

Hace poco escribí algo en mi Facebook, recapitulando la irregular cosecha de este año y la vida rural en general; el cual tuvo una acogida interesante entre mis contactos. El texto va más para mis paisanos y no tiene el propósito de hacer sentir mal al que viva en mejor situación, pues éste servidor ya va entendiendo que nada productivo se obtiene en irradiar culpabilidad a los demás. Se trata más bien en ayudar a ampliar la idea de mundo de un caficultor del trópico al consumidor que saborea su humeante taza en los cafés de Madrid, Buenos Aires y el resto del mundo donde llegan bolsitas de grano molido con el nombre de un país centroamericano.

Hace años creía que tener tierra en el campo era un impedimento para desarrollo personal, en cuanto a la tendencia de que se debe emigrar del área rural a la ciudad para encontrar un mejor futuro (económico y académico) en la ciudad porque trabajar la tierra no es rentable. Cada día sin embargo me estoy convenciendo que trabajar un campo que se va a heredar, lejos de ser una carga que obstaculice oficios o aprendizajes, más bien es una gran fortuna por el simple hecho en recibir un pedazo de planeta Tierra. Un lujo que muchos no tienen del cual hay que ser responsables por el uso que le demos. Para hacerlo fértil y apto para la vida orgánica que nos permita beneficiarnos sin perturbar el medio, o convertirlo en un pedo de cemento estéril para venderlo al mejor comprador en un afán material y cortoplacista.


En estos días va finalizando la temporada cafetalera, de las más duras que recuerde en mi corta existencia. Como si la situación por el mal precio del grano no fuera la única, el brote del hongo de la roya ha sido el golpe de gracia para un año malo en producción cafetera. No queda más que apretarse el cinturón un poco, prever y desarrollar alternativas para no depender exclusivamente del café como única actividad económica. Nada se logra por tener el mal gusto en bromear ante una eventual escases de bolsas de café en los supermercados. Tampoco se vale presumir de caficultores solo en el fin de semana que dura la Feria del Café en el pueblo. Únicamente queda aguantar la marejada de la crisis, sin importar que en un mundo paralelo chiquillos de mami y papi despreocupados se saquen fotos con su exclusivo café de Starbucks.
Frailes de Desamparados, 18 de febrero del 2013.