27 de mayo de 2013

Noches que se escurren en trapos secos


La lobotomía de hoy no está en martillar el cráneo. Más bien está en enjaular el cerebro con los kilobytes descargados desde una red inalámbrica. Para que se comporte como un hámster dando vueltas sobre sí mismo horas y horas. El humano en cuestión intentará forzar bruscas actitudes de concentración al trabajo, que se borraran al momento en el que una notificación numérica emerge de la pestaña en el navegador.

Noches que empiezan entrando a una fantasía en la cual se adentra en las principales catedrales del fútbol recreadas por ingenieros gráficos. La última comida del día frente un tubo en línea, como los bulbos con imágenes que fascinaron a los abuelos. Libros empolvados quedan de lado a la infinita telaraña social. Un antro inmenso que apesta a chisme y narcisismo de gente que no se conoce o poco importa.

El día por más que se desea jamás es nuestro. La noche por lo tanto es una de las posesiones intangibles más apreciadas. La restregamos en material etílico, sueños  y placer.  Quien desperdicie tan preciadas horas despertará a la mañana siguiente una sensación peor que la más cruda resaca. Es el desagradable añejamiento mental por andar restregando trapos secos hasta llegar la madrugada. 

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