Si tuviera que pensar mal de Sofia Coppola, podría afirmar que fue una joven que no sufrió en hacerse un campo en el cine a diferencia de una mayoría de aspirantes cineastas; que carecen de un padrinazgo que les amparen en su proyecto de vida. Serruchos van, serruchos vienen. Pero no es la intención pegar el grito al cielo si nuestra vida ha sido más difícil que la de otros, como para recriminarlos cobárdemente de nuestros problemas. Si bien en los guiones de Coppola hija no se ambientan en los bajos y salvajes mundos de los que escribe Guillermo Arriaga, creo que por un lado (quizá indirectamente) hace ver que por más bienes o comodidad que tenga una persona no serán suficientes para llenar los vacíos emocionales.
Heredar un apellido célebre puede ir entre el oportunismo o seguir engrandeciendo el nombre. Aunque para algunos también es maldición. Sofia Coppola pudo optar en el camino de las Paris Hilton, en aparentar fama ante la carencia de talento. No obstante, parece que no es de ese mundo y más bien camina en un perfil bajo. Es posible que las tempranas pedradas que recibió en su participación en El Padrino III le permitieran ver que podría desenvolverse mejor detrás de cámaras.
Decide parodiar ese mundo de chicas plásticas en Lost in Traslation (2003), cuando Giovanni Ribisi y Scarlett Johansson (véanse como Spike Jonze y Sofia Coppola) se topan a Anna Faris; quien interpreta a una actriz rubia e idiota quien está promocionando una película de acción. Como lo mencioné un tiempo atrás, el personaje de Faris es una clara semblanza a Cameron Diaz. Quien estuvo coqueteando con Jonze en Being John Malcovich (1999), que mientras andaba haciendo videos musicales para bandas de rock, Sofia pasaba a un segundo plano igual como se ve a Scarlett Johansson en ese lujoso hotel en Tokio.
Tras el bodrio dulzón de Marie Antoinette (2006), Coppola vuelve a ser ella con una película más austera en producción pero rica en toque personal. Acá es donde más de la mitad de la sala se va o se duerme, si son de los que solo buscan pasar el rato comiendo palomitas. Como entre leer a Julio Cortazar o el Código Da Vinci, escuchar entre el pinkfloydniano Dark Side of the Moon o el último bombazo de los Jonas Brothers en MTV. Analogías van, analogías vienen. El caso es que sin salirnos del tema, en Somewhere (2010) nos encontramos a una estrella de cine (Stephen Dorff) que fuera de cámaras no es muy distinto a la mayoría de nosotros. Un caótico fiestero (no al extremo de Charlie Sheen), quien busca evasión en los autos de carreras o con las bailarinas nudistas. Este padre de domingo comienza a llenar su vacío emocional al estrechar lazos con su hija (Elle Fanning). Primero de forma casual y luego de una manera más sincera. Una complementación humana en donde ninguno de los dos puede vivir solo.
Sin dramas innecesarios y diálogos que lo único que harían serían estropear el mensaje dicho por los silencios, Somewhere es una película que me atrevería a hermanar con Lost in Traslation. Nos es más optimista en su final, pero sin estropearse con escapismos obvios. Recuperada de su traspié con Maria Antonieta, Sofia Coppola parece enrielarse firme en su estilo que para bien o mal seguirá siendo parte de minorías cinéfilas.
Heredar un apellido célebre puede ir entre el oportunismo o seguir engrandeciendo el nombre. Aunque para algunos también es maldición. Sofia Coppola pudo optar en el camino de las Paris Hilton, en aparentar fama ante la carencia de talento. No obstante, parece que no es de ese mundo y más bien camina en un perfil bajo. Es posible que las tempranas pedradas que recibió en su participación en El Padrino III le permitieran ver que podría desenvolverse mejor detrás de cámaras.
Decide parodiar ese mundo de chicas plásticas en Lost in Traslation (2003), cuando Giovanni Ribisi y Scarlett Johansson (véanse como Spike Jonze y Sofia Coppola) se topan a Anna Faris; quien interpreta a una actriz rubia e idiota quien está promocionando una película de acción. Como lo mencioné un tiempo atrás, el personaje de Faris es una clara semblanza a Cameron Diaz. Quien estuvo coqueteando con Jonze en Being John Malcovich (1999), que mientras andaba haciendo videos musicales para bandas de rock, Sofia pasaba a un segundo plano igual como se ve a Scarlett Johansson en ese lujoso hotel en Tokio.
Tras el bodrio dulzón de Marie Antoinette (2006), Coppola vuelve a ser ella con una película más austera en producción pero rica en toque personal. Acá es donde más de la mitad de la sala se va o se duerme, si son de los que solo buscan pasar el rato comiendo palomitas. Como entre leer a Julio Cortazar o el Código Da Vinci, escuchar entre el pinkfloydniano Dark Side of the Moon o el último bombazo de los Jonas Brothers en MTV. Analogías van, analogías vienen. El caso es que sin salirnos del tema, en Somewhere (2010) nos encontramos a una estrella de cine (Stephen Dorff) que fuera de cámaras no es muy distinto a la mayoría de nosotros. Un caótico fiestero (no al extremo de Charlie Sheen), quien busca evasión en los autos de carreras o con las bailarinas nudistas. Este padre de domingo comienza a llenar su vacío emocional al estrechar lazos con su hija (Elle Fanning). Primero de forma casual y luego de una manera más sincera. Una complementación humana en donde ninguno de los dos puede vivir solo.
Sin dramas innecesarios y diálogos que lo único que harían serían estropear el mensaje dicho por los silencios, Somewhere es una película que me atrevería a hermanar con Lost in Traslation. Nos es más optimista en su final, pero sin estropearse con escapismos obvios. Recuperada de su traspié con Maria Antonieta, Sofia Coppola parece enrielarse firme en su estilo que para bien o mal seguirá siendo parte de minorías cinéfilas.
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